Época: Barroco Español
Inicio: Año 1600
Fin: Año 1699

Antecedente:
Gregorio Fernández y su escuela

(C) Isabel del Río



Comentario

La creatividad de Gregorio Fernández no sólo fue comprendida desde el primer momento, sino que sus colegas se vieron obligados a imitarle: no tuvieron posibilidad de desarrollar sus propias iniciativas. Esta influencia es visible a lo largo de todo el siglo XVII y dejó una estela de enormes proporciones, lo que afectaría negativamente a la evolución artística de Castilla, donde las posibles novedades se truncaban por la constante exigencia en los encargos de que las imágenes fueran iguales a otras de Fernández.
Además, a Valladolid acudían buenos artistas de toda España a causa del prestigio de su imaginería y lo que encontraban eran las propuestas estéticas de Fernández, imperantes en todo el reino. Es el caso del catalán Antonio de Riera, ya famoso y con taller en Madrid, que va a trabajar a la ciudad del Pisuerga en 1612; también el de Juan González, que contrata el retablo mayor de la Encarnación en 1616, y aunque sólo subsisten las esculturas de San Agustín y Santa Mónica son una evidencia de que imita fielmente a Gregorio Fernández.

El retablo de las Carboneras fue hecho en 1622 por Antón de Morales, un artista formado en el taller de Pompeyo Leoni e incapaz de sustraerse a la estética impuesta por Fernández, sobre todo en los desnudos. Numerosas obras de Fernández fueron objeto de una veneración especial, como fue el caso del Cristo atado a la columna del que Muñoz (1645) nos dice: "costó su hechura muchas oraciones logradas en el acierto por la suspensión del rostro admirable, las heridas frescas en particular en las espaldas, hombro y rodilla. Está el cuerpo tan perfecto que se palpan los encajes de los huesos, los nervios y las venas, a las arterias sólo les falta el pulsar". En el norte, Vitoria y Guipúzcoa, se aprecia un fuerte influjo de las obras que había realizado Gregorio Fernández, por los exponentes que conservamos: los retablos de Vitoria y la parroquia de Hernani. Los carmelitas de Pamplona veneran una imagen de Santa Teresa que es una copia de la que hiciera Fernández en el Carmen Calzado de Valladolid, y lo mismo ocurre con el grupo de San José y el Niño que hay en este mismo convento: no se trata sino de otra copia.

Mateo de Prado conoció de un modo directo al maestro porque trabajó en Valladolid y asimismo había estado en Aránzazu en 1635, cuando se montaron los retablos de Fernández. Prado dejó una fuerte influencia en Galicia, por el taller que tuvo que montar para realizar la obra escultórica más importante de esta época en la región, la sillería de coro del convento de San Martín Pinario (1636, Santiago de Compostela). Los respaldos laterales y coronamiento están repletos de tallas de un trabajo enorme, donde incluso los colaboradores también copiaron relieves de Fernández; por ejemplo, en el Descendimiento y la Piedad transcriben con fidelidad los pasos procesionales del maestro de Valladolid; otro tanto ocurre en el retablo mayor del monasterio de Montederramo.

El artista más importante de la Asturias del siglo XVII, Luis Fernández de Vega, contribuyó a crear un centro escultórico de cierta relevancia en la zona, porque con una fuerza extraordinaria continúa hasta 1661 recreando obras de Fernández, como en las figuras exentas de San Miguel y Santa Teresa en la catedral de Oviedo, o el grupo de San José y el Niño para Medina del Campo.

Asimismo en Portugal, en este tiempo unido a la Corona de España, se rastrea a algunos escultores que siguen las enseñanzas de Fernández, no sólo a través del retablo de Miranda do Douro, sino que en Coimbra, en el museo, también se conservan algunas obras como la Piedad que responde a la conocida del Museo de Valladolid y una Inmaculada en la catedral nueva.

Desconocemos los caminos que llevaron a México al escultor que talló en la fachada de la catedral una escultura de San Pedro, firmada por Miguel Jiménez, obra directamente inspirada en las figuras de Fernández; a su vez las enseñanzas del maestro pervivieron por el trabajo del español Juan de Rojas quien a fines del XVII, en 1695, realiza la sillería de la catedral y mantiene la fórmula de hacer los paños como si fueran de metal y quebrados.

Un núcleo fuerte de influencia de Gregorio Fernández se da a la vez en Toro y en Salamanca: dos escultores trabajan allí en mancomún, Sebastián Dusete y Esteban de Rueda. Es difícil definir el estilo de cada uno de ellos porque ambos se mantienen supeditados a Gregorio Fernández, aunque parece que en Dusete es más fundamental la influencia de Juan de Juni, visible en las formas distorsionadas de carácter manierista, tal como deducimos de una obra fechada en 1607, el retablo de San Ildefonso de la iglesia de San Pedro en Villalpando (Zamora). Estos dos maestros contratan en 1618 el retablo de la iglesia de Peñaranda de Bracamonte (Salamanca), una obra muy importante desaparecida en un incendio y de la que se conservan buenas fotografías. Un año después moriría Sebastián Dusete sin haber hecho nada, lo cual nos permite conocer lo que Esteban de Rueda realizó: una magnífica obra, que atestigua la comprensión de todos los prototipos de Fernández, tanto que es posible que se formara en el taller del maestro. No obstante, su talento no llevará a desarrollar un estilo propio, como admiramos en el retablo de Tagarabuena (Zamora) y en la Asunción de la catedral de Salamanca (1626). Esteban Rueda ejerció su influencia no solamente con sus obras, sino que formó a otros artistas que continuaban repitiendo estos esquemas y a mediados del siglo él mismo realizó obras importantes como el retablo mayor de Sancti Spiritus de Salamanca (1644), donde revitaliza el modelo del retablo mayor de Plasencia; aunque sustituye los cuadros por relieves, las figuras son una herencia directa del maestro.

Fue, pues, muy amplia la dispersión de escultores que imitan al maestro por toda España. Si precisáramos lo que ocurre en el entorno castellano con los ayudantes que trabajaron con Fernández, apenas podríamos hacer más que dar nombres, como los de Francisco Alonso, Pedro Jiménez y Pedro de Salívar o Agustín Castaño, este último el más conocido entre sus colaboradores. Todos ellos se limitaron a supeditarse a las reiteradas peticiones de que hicieran imágenes como las del desaparecido escultor.

Juan Imberto tenía taller propio y una capacidad para contratar obras desde, al menos, 1614, cuando lo hace con el retablo mayor del convento de Santa Isabel (Valladolid). Aquí los relieves en grandes tableros y el banco que se conservan constituyen el testimonio de la influencia directa de Gregorio Fernández, en su ciudad propia desde el primer momento. Después de instalarse en Segovia, contrataría Imberto la escultura del retablo de la capilla de San Andrés en la catedral de Segovia, en 1621, en colaboración con Felipe de Aragón.

Uno de los escultores más activos de Valladolid fue Pedro de la Cuadra, porque se especializó en escultura funeraria, una faceta artística de la que siempre se desentendió Fernández. Aunque mantuvo una clientela propia, en ocasiones su trabajo complementaba al de Fernández, circunstancia que le permite tener un conocimiento exhaustivo de la obra, como se advierte, en 1614, cuando realiza el retablo mayor de Velilla (Valladolid), donde copia la Asunción de Las Huelgas (Valladolid) creada por su amigo y asimismo el San Pedro de la iglesia de San Miguel. En realidad, estas dos obras no trasuntan influencias sino que son copias literales. De la Cuadra evolucionó al mismo ritmo de su maestro y adopta el dramatismo de los pliegues quebrados y gestos como se ve en el Cristo atado a la columna y el Nazareno, que contrata en 1623 para el pueblo de Grajal de Campos (León), y como seguirá haciéndolo hasta su muerte en 1629.

Diego de Anique, el primer oficial del taller de Muniategui, ya en 1609 se hace cargo del retablo de San Antón para la iglesia de los Santos Juanes en Nava del Rey (Valladolid), al fallecer el maestro, Muniategui. No solamente era ensamblador, como lo fue de muchos retablos de Gregorio Fernández, sino que asimismo era escultor, como lo demuestran las escrituras de San Antón, en las que se compromete a realizar la imagen del santo. Diego de Anique, pues, tuvo que esculpir esta imagen, un testimonio del ambiente servil de pública aceptación de las creaciones de Fernández. La cabeza de San Antón no hace sino repetir la del San Pablo del retablo de San Miguel, incluso la posición alzada del cayado, que procede de figuras como el Santiago Apóstol, la del libro, una forma típica de Fernández. Esta escultura fue atribuida a Fernández sólo tras un largo pleito, entablado porque los comisionados no quisieron recibir el retablo a causa de la demora en la entrega. Este litigio nos ha permitido conocer todos los detalles y entresijos de este tipo de trabajos. Diego de Anique no solamente se adaptó a la manera de Fernández, sino que lo más sorprendente es la calidad artística, equivalente a la del maestro.

Otro escultor, Agustín Castaño, se estableció en Valladolid y se casó con Magdalena, la hija de Diego de Basoco, uno de los ensambladores que más trabajo tenía. Así heredó el taller del suegro y concierta retablos para los que luego Fernández hace la obra escultóríca y los tabernáculos. Es el artista que difunde el estilo de Fernández en Extremadura desde el retablo mayor de la parroquia de Malpartida de Plasencia (Cáceres), obra que su corta vida no le permitió concluir y que sería terminada por Basoco. Los diversos relieves y esculturas están en relación directa con el estilo de Fernández. El retablo mayor de la parroquia de Guijo de Coria (Cáceres) es obra suya, de mediocre calidad.

Un discípulo directo que trabajó en su taller fue Manuel Rincón, hijo de Francisco Rincón, quien había acogido a Gregorio de joven en su taller. Este vínculo se mantiene toda la vida: Manuel tuvo por tutor a Gregorio Fernández, vivió en su casa y fue testigo de la boda de Damiana con el escultor vasco Miguel de Elizande, en 1615. No se conservan obras de este escultor, aunque sí sabemos que contrató algunas importantes, como el retablo de San Ildefonso para la villa de Plasencia en 1626, el retablo de San Benito el Viejo de Valladolid en 1630 y el de Villasilos en la provincia de Burgos. Por los contratos y los precios que cobraba parece haber sido un maestro modesto.